sábado, 18 de octubre de 2014

PAGINA 10

Una historia detras de cada estudiante
 desaparecido, algunos son de la Costa Chica
 Son 43 los normalistas desaparecidos de Ayotzinapa tienen cara, sueños y familias que los esperan. Algunos buscaban salir de la pobreza y otros simplemente quieren enseñar. Conoce las historias de 10 de los desaparecidos.    

Miguel Ángel dejó el poblado guerrerense de Apango para mudarse a Tixtla, donde se encuentra la Normal Rural de Ayotzinapa. En el pueblo, él y su hermano Tanislao eran conocidos por la peluquería de sus padres. Sergio Mendoza, amigo de su hermano, dice que lo conocía del pueblo, que es muy amigable, bajito de estatura y de piel clara. 
Alexander tiene 21 años y es originario de El Pericón, municipio de Tecoanapa, Guerrero. Le gusta jugar futbol. Su hermana Saena dice que entró a la Normal Rural de Ayotzinapa en su segundo intento. Estaba muy emocionado por haberse quedado en la normal porque quería ser profesor, dice su padre Ezequiel. Es un muchacho 'quieto', dice. Don Ezequiel no se explica por qué desaparecieron a su hijo. 
Christian Tomás Colón Garnica, de 18 años, es el menor de seis hermanos. Su familia lo describe como "respetuoso, responsable, reservado y muy estudioso". Quería ser maestro para ayudar económicamente a sus papás. Es originario de Oaxaca. 
Era la primera semana de Martín, de 20 años, en la Normal Rural de Ayotzinapa cuando policías municipales les dispararon. Después de ese viernes la familia no volvió a saber de él. Su primo Javier dice que toda la familia Sánchez está enojada y muy triste, pero tiene fe en que Martín va a regresar. Dice que cuando él regrese harán una fiesta, una gran comida. Porque va a regresar, ¿verdad?, pregunta Javier. 
Eduardo tiene 21 años y es originario de Tixtla, Guerrero. Su tía Ana Celi dice que él quería ser alguien, enseñar a sus vecinos. El último día que hablaron con él fue el 26 de septiembre. Les dijo que iba a Iguala a botear junto con sus compañeros. Su mamá tiene cáncer y desconoce que su hijo está desaparecido. 
Dorian, de 19 años, es muy estudioso. Su tío Baltazar cuenta que se encerraba a estudiar. Él y su hermano Jorge Luis son originarios de Xapatláhuac, Guerrero. Según Baltazar, Dorian quería ser profesor "porque estaba intentando superarse económicamente". Dice que los padres de los hermanos González Parral ya entregaron pruebas de ADN al gobierno de Guerrero. 
Jorge Luis, de 21 años, era más relajiento que Dorian, su hermano menor. Ambos cursaban el primer año en la Normal de Ayotzinapa. Lo último que su familia supo de ellos fue que irían a una actividad de la escuela a Iguala. Su madre está tan triste por la desaparición de sus hijos "que no habla ni quiere salir", dice Baltazar, tío de los muchachos. Explica que Jorge Luis quería estudiar, porque su familia se dedica a cosechar y "el campo no deja". 
  Mauricio tiene 19 años. Llegó a vivir a Ayutla de los Libres con su tía Eulogia para estudiar la secundaria debido a la pobreza de su padre, un campesino de la región guerrerense de La Montaña. Aprendió carpintería."Mauricio es un joven muy trabajador", dice su tía. El joven dejó la carpintería para entrar a estudiar a la Normal Rural de Ayotzinapa, donde estudiaba el primer año, porque quería superarse y ayudar a su familia a salir de la pobreza.  
César, de 21 años, nació en Huamantla, Tlaxcala. Su papá dice que se fue a Guerrero a la Normal de Ayotzinapa porque quería ser profesor.  
Jhosivani es un joven de 20 años, “delgado y de cara espigada”. Así lo describen sus familiares, y por sus ojos rasgados, sus compañeros normalistas lo apodan Coreano. “Él es de los hermanos pequeños, y es un joven que asistió aquí (a la Normal de Ayotzinapa) por la necesidad que se vive en el municipio y en el estado.”
Con amabilidad, sus familiares aceptan hablar, aún ante la certeza de que la prensa ha contribuido al ambiente de criminalización en contra de estos jóvenes, que se forman en esta escuela-internado, para convertirse en maestros de primarias rurales.
“Nosotros somos de Omeapa, que es una comunidad que está a 15 minutos de la cabecera municipal, Tixtla, y aún así se vive con mucha carencia, con mucha falta de servicios. Para ir a la secundaria y a la preparatoria, Jhosivani tenía que caminar cuatro kilómetros hasta la carretera, para tomar el transporte, y luego caminaba esos mismos cuatro kilómetros de regreso. Toda la familia se dedica al campo y, al ingresar a la Normal, él buscaba una oportunidad de sobresalir, aspiraba a tener una profesión y ayudar a la comunidad, porque en Omeapa mandan maestros que no son de aquí, son de lejos, y son profesores que no le ponen suficiente interés a la niñez para que pueda tener un conocimiento más amplio, y si los niños quieren algo un poco mejor, tienen que ir a las escuelas de Tixtla.” Por eso Jhosivani quiere ser maestro en Omeapa.
 -------  
Luis Ángel es de la Costa Chica, de San Antonio, municipio de Cuautepec. Le apodan Amiltzingo, siguiendo la tradición escolar de repartirse motes. “De entre los compañeros desaparecidos, él es uno de los que más siento su ausencia –dice uno de sus amigos, luego de llorar por algunos segundos, al ver su fotografía–. Él es muy cariñoso con su mamá, con sus hermanos, muy amigable, y si bien es cierto que casi no hablaba, cuando entró a la Casa Activista (comité en el que los normalistas pueden inscribirse de forma voluntaria para recibir formación política), él cambió, y yo le dije una vez ‘cosa fiera te has vuelto’, porque argumentaba muy bien. Cuando acabamos nuestra primera semana a prueba como normalistas, toda mi sección había quedado de ir a mi casa a que comiéramos, nos bañáramos en la presa y nos divirtiéramos, pero ese día, Luis Ángel fue el único que me acompañó, y comimos y cortamos mangos y fuimos a la presa y jugamos futbol… Él es uno de los que más siento su ausencia…”  
A Saúl lo conocen como Chicharrón, y es “desmadroso hasta donde más no se puede. Es de los que trata de hacerte reír hasta donde más, muy bromista, muy amigable. Él fue el que me rapó, él nos rapó a todos los de la Casa Activista, con la maquinita, y yo tenía fotos de ese momento en mi celular, pero los policías me lo quitaron (el 26 de septiembre)”.
Su mamá, primero desconfía, pero luego suelta su enojo: “¡Nos tienen que ayudar! Mi hijo Saúl tiene 18 años cumplidos y es de Tecuanapa, yo soy campesina… A mi hijo le falta un dedito –dice, y se mira el dedo anular de la mano izquierda, con añoranza–, cuando estaba chiquito lo mordió el molino, estaba moliendo mi cuñada y él metió la mano en la banda, estaba jugando, y le cortó su dedo y el otro, el dedo medio, se lo cosieron y quedó así, no estaba derechito…”
Abel tiene 19 años, señala su padre, un campesino indígena de la región de Tecuanapa. “Él tiene una mancha atrás de la oreja derecha. Él tiene como 1.62 de altura y es delgado, flaquito. Somos del campo…” 
 A Carlos Lorenzo lo bautizaron sus amigos como “el Frijolito” y es de la Costa. Se trata de un joven de 19 años, “un chamaco”, caracterizado por ser “muy amigable, muy humilde, y muy parlanchín también, pero siempre en la disposición de ayudar a las personas”. Hace algunas semanas, recuerdan, “vinieron a la Normal unos señores de Tixtla que tenían un enfermo y necesitaban donadores de sangre. Y el Frijolito fue el primero en ponerse de pie, al final, fuimos seis compañeros a donar, y él fue el único que pasó todos los exámenes, porque todos los demás no la hicimos. A mí me declararon principios de anemia; a otro, principios de gripa; uno más fue descartado, porque tenía un dolor muscular en la pantorrilla, y así, al final sólo Carlos pudo donar, y ayudó a esas personas”.
Felipe Arnulfo “tiene 20 años –dice su padre, un anciano indígena, que articula con suma dificultad algunas palabras en español–. Somos de Rancho Papa, municipio de Ayutla. Somos campesinos.”
Felipe se cayó de espaldas siendo chiquito, narra, con ayuda de otro padre que traduce sus palabras, “y tiene una cicatriz en la nuca”.
Emiliano Alen lo bautizaron como “Pilas”, porque es tranquilo e inteligente. “No da relajo, él es de los pocos que llevan orden, es sereno y razona mejor las cosas, le gusta tener todo ordenado, en su lugar”. Emiliano fue uno de los 20 alumnos de primer ingreso que, hace dos meses, se inscribieron voluntariamente en la Casa Activista de la Normal. De ellos, diez se encuentran entre los 43 normalistas secuestrados el 26 de septiembre. 
Jorge, “el Chabelo”, es una persona tranquila “y muy sensible”, afirma uno de sus amigos. “No te puedes enojar con él porque lo haces sentir mal de forma fácil. Me gusta su tranquilidad, su paciencia, él no te dice las cosas de mala fe, nunca te va a sacar una grosería, él es más tranquilo, él nunca faltó el respeto, nunca albureó a nadie, es uno de los que se ve más jóvenes de la Casa Activista”. Sus padres aguardan en la cancha deportiva de la Normal de Ayotzinapa, junto con los padres del resto de los jóvenes raptados, y se abrazan al hablar de él. “Tiene 19 años y somos campesinos del municipio de Juan R. Escudero, Guerrero… nuestro hijo tiene una cicatriz en el ojo derecho…”  

No hay comentarios: